He hecho un columpio
con dos cuerdas de miedo,
con una tabla de dudas,
cinco clavos torcidos, dos buenos;
con los ojos cansados de no ver la Luna,
de ver el desprecio de Eros,
que una vez fue querer. Pero sólo una.
Lo he colgado
de un árbol
teñido del
gris del anhelo,
con hojas
caducas que juegan su rol,
con raíces de
quiero y no puedo
dar con la
tecla que incendia el reloj.
Me balanceo y
quiero parar.
Tengo el valor, la
moral
y lo pies muy cerca del suelo;
no sólo
cerca, más bien al ras.
Tengo unos ojos cansados y fríos como el hielo,
que buscan creer, como Peter, en Nunca Jamás.
En el vaivén le digo al
querer
que dudo también de los Siempre Fuertes,
que dudo también de los Siempre Fuertes,
que no sé lo
que quiero,
que
estoy hecha de envidia y de celos
hacia ese valiente;
que
manteniéndose entero
dice "Oye, mi límite es el cielo"
delante de toda la gente
e, incluso, teniendo un muro enfrente.
dice "Oye, mi límite es el cielo"
delante de toda la gente
e, incluso, teniendo un muro enfrente.
Hoy me juro
que aprendo,
que puedo,
que soy yo
quien vuelo
sin columpio
ni cuerdas de miedo.
Al final dará
igual.
Una caída en picado no es nada nuevo.
Lo voy a celebrar.
Abrir hoy balcones no es para menos.
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