Dicen que las palabras se las lleva el viento, pues lo
cierto es que intento hacer huracanes de mi memoria para poder retener algunas.
Esta vez quiero que se de por aludida toda esa gente, sí, la
que me hace sonreír, la que no retira el saludo ni la sonrisa al saludar; es
importante, es lo mínimo que podemos hacer por los demás. Por eso ya no quiero
dar las gracias a quien me felicita, que al fin y al cabo ahora con lo de las
redes sociales, y tal, todos lo hacemos. Sino que quiero dar gracias a quien
cada mañana ilumina con una sonrisa o una mirada las caras de los demás, porque
esas sonrisas mañaneras son ánimos si el bajón se asoma con la noche.
Me empiezo a poner empalagosamente sentimental, y como que
no es lo mío, lo mío ya sabéis que podría decir que soy yo, pero que mentiría
porque sois vosotros: los que demostráis que estáis ahí, los que me leéis, los
que me escucháis, los que aceptáis mis consejos, los que aguantáis mi histeria,
los que recibís mi peor comportamiento, los que me felicitáis, los que me dais
las gracias, los que sonreís al saludar; y, por supuesto, los que hacéis varias
de estas cosas a la vez, o todas, o todas más las que me dejo por nombrar.
Gracias.
Un año más, o menos, y las ideas en caliente siguen con esa
manía de volverse frías cuando se nos escapa la imaginación.