8.11.14

Cómo.

Respiro, pienso, y siempre me falta algo. Me falta incluso lo que no he tenido nunca, pero podría haber tenido. Entonces me siento egoísta, egoísta y, además, pequeña en un mundo injusto donde, por ley de vida, tienes a cientos de kilómetros a quien te gustaría tener a dos centímetros, donde las personas se van para siempre, incluso antes de que llegues tú. Y los buenos momentos, esos siempre se van, y tú, y yo, yo también.

¿Sabes lo que dicen de "no somos nadie"? Imagínate lo bien que sienta, de vez en cuando, no ser nadie de verdad, salir a la calle y que ni un alma se fije en ti, que la sencillez de los días te ofrezca sonreír o no, ya sea porque llueva a mares o porque salga el sol. Egoísta de nuevo; porque lo lejano no está paralizado, por más que lo parezca, porque olvidar sin ser consciente, es ir construyendo un recuerdo futuro de lo que valía más que lo imaginable. Egoísta, egoístas porque somos capaces de borrar, de corromper el afecto, la amistad, las ganas y los viejos tiempos; egoístas porque bastante tenemos con que la realidad, la distancia y el tiempo nos roben a familia, amigos e ilusiones, como para echarles una mano y no ver el momento de dejar de perder, de dejar de mirar arriba sin saber, de buscar y no entender.