Supongo que hay casi tantos tipos de portadas como personas en el mundo. Siempre es lo primero que se ve, la primera impresión, el primer contacto; no es habitual encontrar un libro sin portada, al descubierto, entregando todo lo que tiene que ofrecer; es realmente extraño que ocurra eso, casi imposible conforme está el mundo.
Y es que para conocer, hay que leer. Si no me lees, no sabrás de qué va el argumento, porque mi portada tiene poco que ofrecer. Pero no quería hablar de mí, no del todo. Sino de cuando lees a alguien, te gusta lo que has leído y lo dejas ahí. Quizás hayas sacado un lectura positiva, y aún así, por la puta portada, te quedas paralizado.
¿Sabes qué estaría bien? Que una vez que leyésemos pudiéramos arrancar las portadas; sí, dejarlas a parte, mirar dentro, leer todos los párrafos, investigar cada línea, mirar entre éstas, ver como se enlaza cada palabra con la que le sigue, observar cómo las letras forman esas estructuras que le dan sentido a lo que somos, ser lo que las palabras que nos definen digan, decir lo que sentimos, sentir todo lo que nos dan, dar lo que necesitamos demostrar, demostrar lo que queremos; y querer volver a leer, arrancar portadas y añadir unos puntos suspensivos en el lugar del final. No dejar que nuestra propia historia acabe demasiado pronto por pereza, no acabar las historias de los demás por descaro, orgullo o miedo…